miércoles, 13 de junio de 2012

Intercambio entre familia moderna y familia cavernícola

Había una vez una familia de personas que por tener tantas cosas modernas se aburría. Esa familia tenía 2 hijos, una madre y un padre.

Un día, uno de sus hijos se fue al parque y... ¡¡Detrás de un arbusto había una máquina del tiempo!!
En ella se encontraba una familia de cavernícolas compuesta por 1 hijo, una madre y un padre.

El niño que fue al parque fue corriendo a su casa para contárselo a su madre.
Mientras tanto, la familia de cavernícolas estaba aterrorizada con la vida moderna.

La madre del niño moderno dijo que deberían hablar con la otra familia y llamar al programa de ''Me cambio de casa'' para probar nuevas sensaciones.

Al principio a todos les gustó la idea.
Aunque costó un poco convencer a la familia de cavernícolas, unos científicos arreglaron la máquina del tiempo para poder viajar al pasado.


Ya una vez organizado todo y cada familia en su casa nueva empezaron los problemas.
La familia moderna estaba ¡¡desesperada!! Porque... no tenían móviles, psp, nds3ds, tele y mucho menos un ordenador.
La familia de cavernícolas estaba ya para reventar. Le estaban pegando con un bate de beísbol a la tele, se quemaban con la vitrocerámica y les daban mucho miedo las cosas que aparecían en el ordenador; y pensaron..."estos son brujos que nos quieren asesinar".

En menos de 24h cada familia regresó a su hogar y ya sí que no se aburrirían nunca más.

martes, 5 de junio de 2012

AMNESIA

Hoy tengo el honor de poder traer a este blog un relato de una antigua alumna mía.
Durante los dos años que estuvo en mi clase pude ver lo buena escritora que podía llegar a ser, no sólo por su buena redacción sino también, muy importante, por la originalidad de sus narraciones.

Y vaya aquí una muestra.
Este curso ha ganado el primer premio de relato breve en su instituto con esta narración que nos permite poner aquí.
¡Qué orgulllosa me siento de ti! Gracias. Carol.


AMNESIA


Me sentía sola, a pesar de estar en la misma casa de mis padres… Aunque ellos parecían demasiado ocupados para hacerme algún caso.
No recordaba cómo me llamaba, dónde estaba y qué hacía allí.

Estaba sentada en una esquina de una habitación, magullada, con unos vaqueros rajados y una camiseta gris y vieja, que me quedaba un poco grande. El sudor me glaseaba las mejillas y no podía dejar de pasear la mirada por la habitación rápidamente, consiguiendo así marearme aún más.
No tenía miedo, o eso me repetía continuamente para así tranquilizarme. Resultó en vano. Intenté levantarme pero, una vez incorporada sentí un pitido en mis oídos y un gran mareo, y aunque intenté agarrarme a algo, me caí. Sentí el frío del suelo bajo mi cuerpo. Di media vuelta y comencé a arrastrarme hacia la puerta. Me agarré al pomo de esta y fui levantándome poco a poco hasta ponerme de pie. Lo miré insegura y, finalmente, lo giré temblando. Abrí la puerta lentamente y me caí de nuevo. No sentí ningún dolor, ya que estaba demasiado ocupada observando el pasillo.

Fui a rastras hacia la salida, intentando pasar desapercibida. Se podía oír a mi madre cocinar y a mi padre viendo la televisión y leyendo el periódico. El estaba trajeado; acababa de llegar de trabajar.
Aún no estaba segura de que fuesen mis padres. De todas maneras, no se preocupaban por mí. Demasiado ocupados.

Me acerqué a la puerta decidida a salir. Podía ver la luz que se filtraba por debajo de la puerta y un olor a cera recién pulida penetró por debajo de ésta.
Me lo tomé como una señal. Miré hacia arriba y agarré el pomo con las dos manos una vez más. Decidida, rápidamente conseguí levantarme. Tuve la corazonada de que no me caería más. Abrí la puerta, salí y la volví a cerrar.

Solté el pomo lentamente y me di la vuelta. Vivía en un piso y estaba en la sexta planta. Bajé rápidamente las escaleras y me acerqué a la puerta de cristal con barrotes que me iba a permitir el paso a la calle.

La abrí rápidamente, ya que me daba la sensación de que ahí dentro alguien me observaba. De inmediato, al abrirla, una especie de avalancha de sonidos atronadores me asustó un poco, pero seguí saliendo del edificio.
En lo primero que me fijé fue en la luminosidad. Me hacía daño en los ojos. Todo parecía gris, incluso el cielo.


Me acerqué a una farola forrada de publicidad y carteles. Sólo uno me llamó la atención. Uno que era completamente en blanco y negro, a excepción de una cinta roja que llevaba una chica en la muñeca, en una foto que ponía “Se busca”.
Esa niña era muy parecida a mí… Claro que yo no llevaba una cinta roja en la muñeca.

De repente una muchacha idéntica a la de la foto, me cogió de la muñeca.
-¿Qué haces aquí? ¡Vuelve a tu habitación ya!


Yo la seguí, gritando y resistiéndome, pero me cogió del brazo y, con el esfuerzo, me desmayé.

Y entonces desperté.

Llevaba un pijama violeta claro y estaba tumbada en una cama calentita y mullida. Empecé a pensar y pude recordar mi nombre, donde estaba y…

-Cariño… ¿Estás mejor? ¡Qué bien que te hayas levantado ya!

-¡Mamá!- grité. Estaba muy contenta de haberla reconocido. Se acercó a mí, se sentó en mi cama y nos fundimos en un abrazo.
Me contó que hacia unas semanas había tenido un accidente yendo al instituto y que había caído en un sueño muy profundo. También mencionó que los doctores temían que cuando despertara pudiera tener amnesia.

Mi madre salió de la habitación, casi brincando de la alegría, a traerme un vaso de   Cola-Cao y unas magdalenas.

Mientras tanto me levanté cuidadosamente y, mientras me observaba en el espejo de mi habitación, empecé a recordar el horrible sueño que había tenido.

Me estaba peinando el pelo con los dedos cuando de repente, ahogué un grito. Tenía una cinta roja atada a la muñeca.

                                                                CAROLINA DONCEL PINA